La quiebra empresarial, lejos de ser un hecho extraordinario o difamante, forma parte del ciclo natural de vida de muchas compañías. Al igual que las personas, todas las empresas que han surgido, han desaparecido o lo harán en un futuro. En un entorno económico dinámico y competitivo, incluso las organizaciones más sólidas pueden enfrentar momentos críticos. Sin embargo, lo determinante no es solo evitar la quiebra, sino saber gestionarla adecuadamente, minimizando las pérdidas patrimoniales y cumpliendo con las obligaciones legales. Incluso obteniendo algún rédito en función de las circunstancias y el asesoramiento.
Las empresas, al igual que los organismos vivos, atraviesan diferentes etapas: nacimiento, crecimiento, madurez y, en algunos casos, declive. Durante este proceso, es posible enfrentar crisis de liquidez o de solvencia que, si no se abordan con anticipación, pueden derivar en quiebra. Según datos recientes, miles de empresas en España atraviesan cada año procesos concursales, lo que evidencia que la insolvencia no discrimina por tamaño ni sector.
Lejos de estigmatizarse, la quiebra debe entenderse como una oportunidad para reestructurar, liquidar de manera ordenada o, en ciertos casos, renacer bajo un nuevo enfoque empresarial. Sin embargo, para alcanzar estos objetivos es indispensable contar con el acompañamiento adecuado antes, durante y después de la crisis.
La mejor estrategia ante una posible quiebra comienza mucho antes de que los números se tornen rojos. Al igual que las enfermedades graves, donde la medicina preventiva y el diagnóstico temprano son cruciales, en el ámbito empresarial la anticipación es la clave del éxito. Las auditorías periódicas, el control financiero riguroso y la asesoría constante de profesionales en derecho concursal y reestructuración empresarial pueden marcar la diferencia entre una reestructuración exitosa y una liquidación forzosa.
Cuando la crisis ya se ha desencadenado, es imprescindible actuar con celeridad. La Ley Concursal 16/2022 establece la obligación de solicitar el concurso de acreedores en cuanto la insolvencia sea inminente o actual. No hacerlo puede derivar en la calificación de concurso culpable, lo que expondría al administrador social a responsabilidades personales, incluyendo la inhabilitación o el pago de las deudas con su propio patrimonio.
Un abogado especializado en derecho concursal se convierte en un aliado estratégico. Su rol abarca desde la gestión de la crisis existente, la preparación, en su caso, de la solicitud concursal, la negociación con acreedores, la reestructuración de deuda y, por supuesto, la representación ante el juzgado mercantil. Su experiencia permite explorar alternativas como la reestructuración de deuda, la venta ordenada de activos o, en casos específicos, la exoneración del pasivo insatisfecho.
Conclusión: profesionalización de la gestión del riesgo empresarial
El tejido empresarial español necesita normalizar la visión de la quiebra como un fenómeno natural en el entorno de los negocios. Así como un inversor experimentado sabe que no todas las inversiones darán frutos, un empresario debe entender que no todas las compañías tendrán un final exitoso. No obstante, lo que sí se puede controlar es la manera en la que se transita ese proceso, asegurándose de que se haga con responsabilidad, previsión y, sobre todo, con el respaldo de profesionales que aporten seguridad jurídica y estrategias financieras efectivas.
La mejor medicina para las empresas es, sin duda, la prevención. Pero cuando esta falla, es el momento de aplicar tratamientos de choque que, con la ayuda adecuada, permitan salvar lo máximo posible. Al final del camino, una gestión concursal bien ejecutada no solo protege el patrimonio, sino que también contribuye a un entorno empresarial más sólido y profesionalizado.
Pedro Fernández Manso
Experto en LSO, asesoría empresarial, derecho concursal y reestructuraciones
Abogado Colegiado ICAO 5531
Economista Colegiado CEA 1441